PostHeaderIcon La paradoja del cuerpo

Vivimos en una cultura inductora de miedos. Todas las culturas de las que se tiene información a través de la historia, han vivido momentos trágicos y miserables; siempre se cree estar viviendo el fin de los tiempos, el Apocalipsis ahora.
El ser humano dotado de conciencia de si mismo, pretende ser protagonista del fin del mundo, planteado desde la perspectiva de su tragedia egocéntrica que le toca vivir.
La humanidad siguió siempre adelante con sus virtudes y miserias, pero qué difícil es sentir algo de felicidad sin culpa, de vivir el cuerpo en la plenitud de la salud y el goce del cuerpo sano con sus sensaciones, emociones y sentimientos.

En todo caso, la cultura del Apocalipsis ahora, garantiza no morir solos mientras el verdadero problema es el miedo a vivir la vida.
Algo es seguro y el cuerpo lo testifica, vivir pensando que nos tocó el peor momento tensiona, lastima y enferma.
Nadie puede asegurar que los optimistas viven más que los pesimistas y agoreros; pero los primeros, los optimistas, no son ingenuos, saben de las dificultades de la vida, pero la llevan con menos tensión, se lastiman menos, no se obsesionan con sus síntomas y eso les deja su mente más libre para resolver la adversidad en una vida mejor.
Aun así el dolor de existir, es ese dolor que nace de sabernos seres mortales y eso nos angustia, porque existir conlleva la necesidad de cuidarnos y el deseo de que nos cuiden, como también el de cuidar a otros.
Cuidarnos es algo que se suele llevar mal, nos mal cuidamos, nos postergamos, abusamos de nosotros mismos. Definitivamente somos más atentos con nuestras posesiones materiales que con nuestro propio cuerpo.

El deseo de ser cuidado es infinito y siempre insatisfecho, ¿sabemos pedir que nos cuiden?, ¿nos rodeamos de personas que nos sepan cuidar?, ¿les enseñamos a los demás cómo es nuestra forma de sentirnos cuidados?
Un cuerpo cansado, extenuado o dolorido ¿es la forma de pedir que nos cuiden?
El egoísta no cuida a los demás, el sacrificado cuida a todos, menos a sí mismo y el irresponsable no cuida a otros ni se cuida a si mismo.
El egoísta sufre dolores intensos y crónicos buscando culpables y se siente abandonado, mientras al sacrificado le duele el alma a través de su cuerpo lastimado por el sufrimiento propio y ajeno.
El irresponsable asiste a su autodestrucción y de paso lastima a otros sin enterarse, pero su cuerpo vive anestesiado por su desapego a la vida, como si olvidarse de todo y de todos lo hiciese inmortal. Muchas veces, el dolor insoportable del que se culpa a otros, o el dolor intenso y callado como la anestesia del vivir sin raíces, son formas de ocultar el otro problema de existir: la infelicidad cotidiana que surge de la felicidad incompleta. La felicidad existe pero por tiempos limitados, hay que ganarla, defenderla y eso la hace incompleta por más empeño que se ponga en perseguir la felicidad eterna.

La muerte existe y es inevitable, pero se la lleva mejor viviendo en la construcción de una felicidad incompleta, que sumergidos en el lamento permanente de la infelicidad cotidiana.
El cuerpo es fuente de placer, sin embargo en nuestra cultura, el dolor corporal tiene una extraña atracción y el placer corporal una rara postergación. Cuanto más desarrollada está la conciencia de uno mismo como ser individual, más humanos somos; esto es precisamente la diferencia con el resto de los animales, pero la conciencia no es un regalo, es la evolución de millones de años.
Sobre nuestra delgada corteza cerebral descansa gran parte de esta capacidad de ser concientes. La capa más superior del córtex reproduce imágenes, no solo visuales, también táctiles, olfativas, auditivas y las originadas por el sentido gustativo.

Las imágenes se engarzan a modo de edición en capas más inferiores de la corteza, en una capa más inferior aún, ya en la base cortical, se almacena una memoria en forma parcial, es la memoria del presente o la más reciente cronológicamente.
Núcleos más profundos del cerebro y más primitivos en la evolución, son responsables de unir las representaciones mentales del mundo exterior con las del interior con aquellas sensaciones profundas de nuestro estado corporal vital como ser: glucemia, ritmo cardíaco, respiratorio, y todas y cada una de las funciones de todos los órganos.
Si la función corporal vital disfunciona, altera la percepción real del mundo exterior por la percepción interferente de un cuerpo en peligro de distintos niveles. Peligro que puede ir desde stress a la desnutrición misma, pasando por fatiga difusa circunstancial, hasta el otro extremo del abanico como son las patologías terminales.
Este proceso de unir el estado vital corporal con las historias de sensaciones vividas por el cuerpo en su totalidad e historia, forman emociones, y estas más elaboradas dan sentimientos quedando la mayoría en la inconciencia.
Trabajar la conciencia de estos estados refugiados en el inconciente, es iluminar la oscuridad y ver lo existente real.
No es descubrir nada nuevo, es dar luz a una memoria acomodaticia y temerosa de revivir el pasado normalmente mal entendido o por el contrario tan bien entendido que da miedo hacerlo conciente.
Cuando el cuerpo ebulliciona en síntomas, es porque el inconciente no quiere la conciencia de ciertos hechos, que parecen al desbordar, terminar en la locura.
Sin embargo, muchos síntomas corporales diarios, hacen dudar a la persona de su propio juicio, también los síntomas físicos son reales, desmotivantes y trastornan la vida cotidiana.
Un dolor de cabeza intenso y crónico o un vértigo permanente, son producto de un cuello tenso durante años.
Una buena técnica terapéutica manual puede solucionar la tensión muscular parásita, pero no la fantasía de "perder la cabeza" que simboliza la idea inconciente de locura, ni mucho menos lo que origina semejante fantasía.
En la resolución de todo trastorno físico, está la oportunidad de iluminar con la conciencia la oscuridad inconciente donde se exiliaron los hechos traumáticos de la vida.

El cerebro humano dotado de una mente capaz de producir el pensamiento que caracteriza a nuestra especie, es cautivo del cuerpo tanto para percibir la realidad interior de sus sensaciones, como también recibir sensaciones emotivas del mundo exterior.
Sentir, emocionarse y crear sentimientos emotivos, es posible por la existencia del cuerpo.
Dada la evolución filogenética de millones de años, nuestro cerebro está preparado para reaccionar a la estimulación tanto interna como externa y reaccionar en consecuencia.
Pero nuestro desarrollo cerebral alcanza la capacidad de recrear sensaciones y emociones en forma anticipatoria; con solo reproducir las imágenes en nuestra mente, la aparición de un recuerdo hace posible tener miedo, asco o alegría y hacer emocionar nuestro cuerpo igual que si el hecho ocurriera.
Por definición, cultura es aquello que producimos, tanto aquello que es bueno como malo. El arte, la medicina o el desarrollo de bienestar son cultura, como también es cultura la guerra o la basura.
La sociedad desarrollada actual, es culturalmente alarmista y adicta a la distorsión confusa y atemorizante.
Convivimos con muchos miedos que son falsa alarma inducidas por esta cultura.
La cultura estresante de que lo peor está por venir, produce una sociedad de individuos angustiados y temerosos que expresan en sus cuerpos síntomas que se anticipan a hechos que nunca ocurrirán.
El cansancio permanente, los dolores de rígidos músculos o las alteraciones digestivas que tanto caracterizan al ciudadano de las grandes urbes industrializadas, sobrevienen con el miedo a perder aquello que anhela y aún no tiene, ni necesita.
La cultura del tener para pertenecer, aplasta al individuo que solo necesita ser quien es, pero la vida se le va sin encontrarse a si mismo.
Muchos seres se identifican más con sus síntomas que con su esencia.
La paradoja del ser, que no es fiel a su esencia, termina siendo una persona impregnada de sensaciones corporales que lo obsesionan, de miedos inducidos, viviendo un sin vivir que realmente enferma.
En la conciencia del individuo, radican motivos para justificar casi todos sus pareceres existenciales. En cambio en la inconciencia, en lo profundo del ser, en ese lugar de recuerdos hundidos a fuerza de supervivencia, muchos argumentos de la conciencia se desvanecen ante hechos irrefutables que ocurrieron, pero como no se recuerdan se actúa como si no se hubieran vivido.
La conciencia se ubica en zonas periféricas y superficiales del cerebro, por ejemplo el córtex. El inconciente es más voluminoso y se ubica en grandes zonas bajas del cerebro.
En la corteza se localizan las áreas sensitivas y motrices, esto hace lógico que aquellas interpretaciones concientes produzcan reacciones musculares, sobre todo en músculos superficiales, que son visibles como caras tensas u hombros elevados.
En el tallo cerebral de ubicación profunda y en la periferia del mismo, se almacena la gran memoria oculta y se relaciona con la musculatura profunda y las vísceras.
Esos nudos en la boca del vientre o garganta, ese estreñimiento o diarrea, responden con hechos físicos concretos, a aquello olvidado e imposible de recordar, pero nunca desaparecido.

Muchas veces la palpación de las vísceras dicen más de una persona que aquello que esta recuerda de si misma.
No recordamos aquello que queremos, sino aquello que podemos soportar.
Un "quiste de memoria", es una suma de sensaciones vividas en el pasado con tal intensidad, que su recuerdo puede ser motivo de profundo dolor afectivo; esas sensaciones son las imágenes, sonidos y sensaciones corporales que acompañaron un hecho tan decisivo como desafortunado que pudo poner en juego nuestra existencia física, afectiva o cordura.
Aquello que almacenó "el quiste" no llega al recuerdo consciente.
Si queremos esforzarnos en recordar todo aquello, no será posible, aunque siempre tengamos sensación de angustia o ansiedad sin podernos explicar su origen.
Los "quistes de memoria" son recuerdos almacenados en las neuronas de la región de la amígdala del cerebro, un área claramente afectivo-emocional; existe una suerte de cabezal lector de doble superficie que lee las emociones del recuerdo negado y fuertemente reprimido con una superficie, y la otra lo codifica hacia el exterior en forma de movimientos, sensaciones o actos mismos de la vida diaria, que representan en forma simbólica aquel hecho insoportable en nuestra conciencia presente.
Ese cabezal lo conforman neuronas para-talámicas y hasta el tálamo cerebral mismo.
Las tensiones musculares son quizá la forma más habitual de expresar simbólicamente el recuerdo almacenado en el "quiste de memoria".
El popular nudo en el estómago que tan bien se describe en los estados de angustia, no es otra cosa que la tensión de un diafragma crispado que lucha por evitar la salida de un llanto espasmódico guardado desde hace años, o un nudo en la garganta es la tensión de los músculos que comprimen la laringe con igual motivo, no llorar.
La nuca tensa es el símbolo de alguien que lucha por no perder la cabeza.
Diarreas o estreñimiento son respuestas fisiológicas del nervio neumogástrico atrapado por músculos tensos en su largo recorrido. Pero también es el espejo del miedo una diarrea, algo tan popular en la descripción del miedo.
Por otro lado, la retención de materia fecal es el miedo a dejar salir el recuerdo tóxico.
Cuando se palpa, se manipula o maniobra un cuerpo, se debe necesariamente recordar y saber que es una persona con sentimientos y emociones impregnados en su ser corporal.
Existe una suerte de arqueología corporal, que se debe saber leer los jeroglíficos inscriptos en el cuerpo del paciente que nos cuenta su historia.
Un paciente sólo se sentirá comprendido, cuando su terapeuta manual nunca olvide ante todo, que es un hermeneuta corporal.
Desde la cuna hasta la tumba, el cuerpo es el lugar donde se desarrolla la vida.
Este interactúa con otros cuerpos en idénticas circunstancias, pero todos de distinta manera; quien mejor perciba su cuerpo, mejor vivirán esas idénticas circunstancias.
Si las emociones y sentimientos que se producen de un proyecto frustrado lastiman, recordemos que la falta de proyectos enferma.
Obsesionarse con los síntomas de la enfermedad, revela la falta de proyecto de curación, por lo tanto perpetúa el estado de enfermedad; porque no es igual la enfermedad que proyectarse al mundo como enfermo.

Nadie debe dudar del paciente en su enfermedad, pero sí se debe distinguir entre el daño biológico y el síntoma, porque a iguales lesiones hay distintos enfermos.
El proceso de enfermedad es el tiempo que necesita la biología para su recuperación, pero también un tiempo de la persona para volver al proyecto de una vida mejor.
No creo que sólo la actitud positiva cure a la persona por si misma, pero si creo que la obsesión por el síntoma es un tiempo de desconexión entre el razonamiento y las razones del valor de la vida misma.
El miedo a la vida puede ser la génesis de muchas enfermedades cotidianas y el cuerpo su pantalla de proyección.
Paciente y terapeuta deben ser protagonistas del razonamiento y las razones del valor de la vida, y no espectadores de una película de miedo. Ansiar es desear, anhelar, querer, esperanzarse. Es normal y justo desear la paz, anhelar la felicidad, querer un futuro mejor para nuestros hijos y esperanzarse con una vida mejor.
Qué duda cabe que ansiar es bueno y saludable. ¿Pero qué pasa con el ansioso? El ansioso ansía con miedo a no poder llegar al anhelo generando su propia encerrona, lo quiere todo ya, sin respetar los tiempos propios de cada proceso. El ansioso no sabe disfrutar el proceso, sólo se desespera por obtener su deseo; en esa forma de actuar se vuelve torpe en sus capacidades de realización, paraliza el placer de la construcción, construye con miedo a no terminar su anhelo y normalmente no construye, más bien destruye su cuerpo, su felicidad y su entorno íntimo. El ansioso es un ser con miedo, con mucho miedo, ¿pero miedo a quién? Primero a si mismo, y luego a los demás.
Vivimos una sociedad que premia el rendimiento continuo, rendir, rendir hasta caer rendido. No es lo mismo rendir que rendirse.
Ansiar con objetivos claros no es ser ansioso, como tampoco es lo mismo sacar provecho de nuestra capacidad de trabajo, que el trabajo triture nuestra capacidad de realización personal y fructífera para los demás.
En un proceso de millones de años, nuestros antecesores evolucionaron hasta formar un cerebro con mente, este se alimenta de la capacidad única de imaginar; sabemos que si se puede imaginar se puede hacer.
Baruch Spinoza demostraba allí por el Siglo XVII, que somos una sola sustancia, un cuerpo que piensa y no dos sustancias. La dualidad cuerpo-mente no es posible, pensar sin cuerpo no existe.
El pensar y luego existir no es posible, existimos desde nuestro cuerpo, ese que siente y luego se emociona como tan bien lo describe el luso-americano Antonio Damasio, cuando la emoción se hace memoria se produce el sentimiento.
Como la emoción se puede transformar, bien sea en un sentimiento placentero o en el peor de los sufrimientos, todo depende cómo se haya vivido e interpretado el hecho cuando sucedió; en la memoria inconsciente esconderemos todo lo posible ese hecho de espanto, junto a la particular interpretación que hayamos hecho, y en la memoria consciente magnificaremos el sentimiento de placer a tal punto que será tal la exageración del recuerdo, que el anhelo de repetirlo no será posible.

Entre las ansias de repetir el sentimiento exagerado y la ansiedad que emerge del inconsciente que esconde con fuerza el supuesto horror vivido, aparecerá el ataque de ansiedad en sus formas tan dispares como variadas, pero siempre ocurrirá en el cuerpo.
Vértigos y mareos son formas corpóreas de representar la inestabilidad emocional, el estreñimiento es el miedo a desfondarse, el miedo a perderlo todo. El dolor de espalda es la carga de la responsabilidad que ya no soportamos y quiebra nuestra voluntad.
El cine y la televisión popularizaron el ataque de pánico como el que padece un infarto y no lo es; bueno, ese es el mas famoso, pero lejos está de ser el único, ese es el clásico del miedo a la muerte, los anteriores son los del miedo a la vida. El miedo a la vida surge de afrontar el hecho de existir, la gran oportunidad de ser quien sientas que debas ser, alternando felicidad con infelicidad. En la inexperiencia de la inmadurez se dice "así será mi vida", y luego en la madurez cargada de fracaso se dice justificando con resignación "así es la vida". Porque tener sin ser, es igual que ansiar sin realizar. Siguiendo con la problemática de vértigos y mareos sin diagnóstico
convincente, es digno destacar la frecuencia con que hoy se diagnostica la enfermedad de Menière como responsable de los vértigos.
Revisando la historia, el médico francés Prosper Menière, nació en 1779 y en 1861 hizo la descripción de la enfermedad, que luego de su muerte al año siguiente, esta llevó su nombre.
Si bien al día de hoy, más de 150 años después, la causa que planteaba no ha sido demostrada, su aporte en su época fue valiosísimo. Separó al que padecía vértigos violentos y de corta duración en forma reiterada y muy frecuente, de los fabuladores y enfermos psiquiátricos tal como era la actitud médica de aquellos tiempos.
En 1874 el neurólogo Jean Charcot, padre de lo que acabó siendo la neurología moderna hace otro invalorable aporte; la descripción de Menière demostraba y Jean Charcot con autoridad certificaba la falta de conexión entre los vértigos y mareos paroxísticos, con enfermedades del sistema nervioso central severas.
Desde que Jean Charcot con tal precisión marca la falta de origen exacto, pasa a llamarse mal de Menière, por lo tanto un síndrome por ser un conjunto de síntomas y signos sin lesión o infección real, pero que la clínica justifica de forma cierta el vértigo y sus distintas formas.
Menière hablaba de un edema en la región del oído interno, mas preciso en la zona laberíntica como causa, pero hasta hoy no puede ser demostrado aún con
la tecnología de Siglo XXI. En los años 60 del Siglo XX se practicaron cirugías, que su fracaso mismo llevó a la desaparición de esta práctica. Más adelante el uso de ansiolíticos ayudó
pero no solucionó el problema. Un todavía joven Dr. Sigmund Freud discípulo de Jean Charcot, deja la neurología para desarrollar el estudio de los trastornos psicológicos creando el psicoanálisis.
En su escrito "Hacia un proyecto de psicología" de 1898, relacionó los estados emocionales y los síntomas corporales.

El psicoanálisis no curó los vértigos y mareos de origen incierto, pero ayudó a comprender la ansiedad. Hoy el prestigioso neurofisiólogo portugués Antonio Damasio radicado desde 1975 en USA y el principal referente de las neurociencias actuales a nivel mundial, en sus investigaciones aplicadas a las emociones y sentimientos, nos
refiere con precisión científica qué partes del cerebro almacenan nuestra memoria y cuáles construyen emociones y luego sentimientos, y cómo toda esa construcción proviene de las sensaciones corporales.
El cuerpo nos construye como seres con pensamiento, pero desde los sentimientos y emociones. Desde aquí me resulta más fácil explicar, que un cuerpo que disfunciona mal posturalmente por los desajustes que provocan las tensiones musculares producto de ansiedades, hijas de una forma de vivir donde querer controlarlo todo sólo consigue el propio descontrol, aflora repentinamente como un desequilibrio físico que es un vértigo o mareo violento e intenso, refleja físicamente o corporalmente un estado alterado de sentimientos en desequilibrio.
La cronificación de estos episodios lleva a un estado de mareo más atenuado pero casi constante y trae consecuencias, fobias sociales, disminución del rendimiento laboral, alejamiento afectivo, anorexia sexual y por último depresión.

Una vez más el cuerpo es una vía de entrada a la reestructuración de la forma de vivir que es un sin vivir, y la escucha atenta es la vía para desentramar el miedo que se expresa como control para ser la paradoja del descontrol del pánico. Entre las mil caras que puede tener un ataque de ansiedad, el vértigo y mareo crónico es una de ellas, como siempre con explicación biológica, psicológica y social. Desde que el doctor Menière separó el vértigo de la locura, han pasado 150 años. Hoy la ansiedad es moneda corriente en la sociedad y sus individuos y los vértigos y mareos una epidemia silenciosa que vive en la soledad de muchos más individuos de los que se sabe o se cree conocer.

El Dr. Iván Pavlov, fisiólogo ruso premio Nobel por su trabajo sobre la secreción de los jugos gástricos a través de los reflejos condicionados en 1904, fue padre de la denominada reflexología.
Es interesante que hace más de un siglo se premiara y marcaran líneas de tratamiento psicológico a partir de que un estímulo externo pudiese desencadenar procesos fisiológicos en el estómago.
Demasiado logro para hace mas de un siglo y la experiencia hecha con un perro.
Hoy, más de un siglo después y con los avanzados estudios de la actividad del cerebro humano y su compleja psicología, sabemos de su capacidad anticipatoria en base a sus recuerdos, entonces podemos ir mucho mas lejos y formular que muchos hechos de la vida cotidiana, en forma metafórica, nos resultan intragables o difíciles de digerir, también hay sentimientos emocionales que con solo recordarlos ocurre lo mismo.
La representación mental de la imagen de un hecho nefasto es claramente indigesta, sin embargo, no media ningún entrenamiento condicionante como el de Pavlov y su perro; un mal recuerdo es dolor de estómago y acidez estomacal, muchos malos recuerdos son una gastritis aún comiendo una dieta sana.
¿Cual es la explicación? En nuestro cerebro se han desarrollado programas para ser estimulados cuando estos estímulos emocionales son suficientemente intensos, producto de la evolución humana en millones de años, está en nuestro ADN.
La ira, el enojo y la supervivencia, forman una triada que hace apetecible devorar a quien nos daña, desprecia o humilla, y también aquello que nos alimenta.
Hoy no depredamos en forma directa a otras especies para sobrevivir ni mordemos a nuestros depredadores.
Hoy trabajamos y compramos nuestros alimentos y todos los bienes que nos garantizan la supervivencia, y para eso interactuamos en una sociedad que nos necesita y necesitamos.
Si ganarnos nuestra supervivencia depende de nosotros mismos y la interacción con nuestros congéneres, ante las dificultades diarias es lógico segregar jugo gástrico ante aquel que nos perjudicó y también ante la dificultad de conseguir el sustento propio y de los nuestros.
Como creemos que nos ven los demás es nuestro yo externo, y según varíe esta situación, tensamos y damos función al estómago.
Hoy el estímulo para segregar jugo gástrico es también nuestra percepción de la imagen que creemos dar y sus posibles consecuencias; si tenemos una percepción distorsionada de la imagen que damos, nuestro estómago arde, pero aun con una percepción correcta si el medio social es agresivo o violento también nuestro estómago arde.
Cuando sentimos que la realidad nos quema por dentro, sería bueno revisar qué imagen creemos dar o en qué sociedad habitamos.
La imagen que damos no necesariamente es como somos, aparentamos, nos perjudicamos y perjudicamos a los demás y la sociedad que habitamos muchas veces no es la que merecemos porque son otros los que viven de apariencias y lejos están de ser nuestros semejantes.
Curiosamente la palpación de los órganos digestivos, no es parte de una evaluación de los estados emocionales de las personas, ni tampoco también curiosamente, se tiene en cuenta que los estados emocionales se expresan con mucha frecuencia a través de los órganos digestivos.
En una medicina manual más cercana, el trabajo sobre las vísceras produce situaciones irrepetibles en las que el paciente relaja sus vísceras y a través de situaciones más normales como el llanto o la palabra misma, comienza la verdadera descarga de la ira contenida.

 

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